De la furia y el dolor...

Me voy guardando la furia en un bolso de lana que se prende con cada fricción, pero sólo por dentro: acá afuera nadie se da cuenta, ni yo mismo soy consciente a veces de la flama que cargo a menudo, velando los días en espera del momento propicio.

Me voy guardando el dolor en un vaso desechable, que se va llenando muy lento, pero que hoy –siempre es hoy– está apunto de derramarse.

(el ojo del dolor, "obra" derivada a partir de "dolor" de Walala Pancho)

Todo tiene una explicación congruente con mis manías y fijaciones. En el momento que quiera, quizá sin esperarme, podré romper este vaso de un golpe de esos que suelen darme los días, y empezaré a disfrutar de la sangre y de las lágrimas que el tiempo ha ido juntando en mi cabeza, desde mi nuca hasta mis sienes, para que por fin se derramen en el pecho que debió haberlos sentido cada uno a su momento.

Y el fuego, éste que cargo conmigo todos los días en un bolso de lana, es una fuerza que no alcanzo a comprender todavía, algo a lo que le temo pues no puedo controlarlo. Podría decir que es un hilo largo, rojo, que recorre mi espina dorsal e, incluso, mis extremidades; que da tirones frecuentes los días húmedos en mis articulaciones y que me produce una comezón, un cosquilleo aversivo al interior de mi cuerpo; que me trae días muy malos en que no estoy de humor para nada. Sí, podría decir que es ese hilo que me recorre por dentro, del cual mi temor más grande es una duda: ¿qué será de mí el día que alguien tire por completo del hilo y provoque que todo él se salga? ¿Será que entonces seré libre de ese fuego, al fin? ¿O será que comenzará a consumirme por completo?

Otras veces, he llegado a pensar que es mi espina dorsal una rama que se extiende internamente, de la cual cuelgan todos y cada uno de mis momentos tristes: los de furia y dolor, como frutos oscuros que van creciendo a costa de mi cordura y mi salud; como flores de hojas afiladas que se despegan y cortan mi carne mientras caen, dejando llagas que necesitan bálsamos extraños para curarse, llagas que duelen a menudo con cada toque sutil sobre la piel sensible. Siento también, que el día no escrito en que el tronco al que está unida esta rama –es decir, mi mente– reciba un fuerte golpe que lo sacuda hasta sus raíces, ése día todos los frutos que de ella cuelgan se desprenderán para rodearme y pudrirse en derredor mío. No sé bien, si eso significará un respiro…

Eduardo Perezchica || 2 de julio de 2005

Comentarios

Mandalieth dijo…
tienes muchos escritos 'antiguos'... que chistoso. Besos.
Ya se... suele suceder :p

Vieras todo lo que hay guardao.

Irá saliendo poco a poco...
Anónimo dijo…
Queda patente tu dolor, la llama que no se apaga.

Besossss

El poema "Algo sobre la muerte del Mayor Sabines" ya me lo he leído. Precioso.

C.A. Makkkafu.

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