"La luna aún no llega"... y otras cosas que vienen al caso

Hace más de un año, para ser precisos el 8 de julio del 2005 -de madrugada- redacté el escrito que agrego más adelante luego de volver de Pto Peñasco y de vivir algunas cosas que necesitaba vaciar "en el papel" -o, como es mi caso, en las páginas blanquísimas del Word-. Sucedió que fue un texto bastante sencillo, pero sincero, como trato de hacerlo siempre, tan sólo que ésta vez me sirvió bastante para asentar algunas cosas en mi entonces revuelta cabeza.

Uno puede decir algo mil veces, repetirlo hasta que las palabras pierdan sentido. Sin embargo, es necesario que uno platique sobre aquello que nos ronda la lengua, la mente y el corazón a veces, pero que pocas veces se conjugan las tres vísceras para darle orden a todo: uno necesita platicar con uno mismo -y prestarse la atención debida- para poder hacerse consciente de ello y, quizá, entonces hacer algo para propiciar lo que sea preciso: un cambio, un acto, un pensamiento, dejar ataduras... o aferrarse a algo, lo que sea, con tal de obtener lo que realmente queremos. Por eso reitero la necesidad de platicar con uno mismo para hacer consciencia de lo que está pasando, pues, como lo dije hace exactamente un año: No siempre somos conscientes de nosotros mismos.

Los dejo entonces con el escrito ya mencionado:

La luna aún no llega

(Foto: Ninoshima 似島, por: Kamoda)

Entro caminando al mar a eso de las ocho de la noche. El sol se está marchando ya y va dejando un reflejo largo en el agua que me rodea, pienso que es un poco de calor y me baño en él como en el vientre de una madre. Me adentro lentamente –aunque no tanto–, me hinco sobre la arena para sumergir la mitad de mi cuerpo en la sal del agua y pienso que hoy todo es distinto, que estaré tranquilo aquí, en tanto sale la luna que, según me dijeron, se verá hermosa. Me sumerjo un poco más para mojar también mi pecho y mi cabeza con la sal del mar. Me dejo flotar un poco para sentir la serenidad de la marea que no avisa que se está marchando, mi cuerpo es como un tronco y los minutos parecen ser más de lo que en realidad son.

La luna aún no llega… y el mar se vuelve oscuro, casi no puedo ver ya a través del agua, tan sólo logro ver mi propia silueta. Y saber que a mi espalda, un poco lejos –aunque no tanto– se encuentra la playa y que, frente a mí, el mar se abre mostrándose calmo y gentil, como una tumba donde alguien –no yo– quisiera morir de viejo.

La luna aún no llega, el cielo comienza a mostrarse manchado de estrellas brillantes entre las que reconozco a Venus, a pesar de que me desconozco a mí mismo; la semilla de la duda ha sido sembrada en mí y he escogido al mar como catalizador para evitarme confusiones que puedan romper el poco equilibrio que en mí queda. No busco evadir, sino postergar para un momento más apropiado, para un momento en que la duda sea alimentada por el hambre y no por el miedo del desconcierto.

En uno de estos momentos en que me encuentro dando vueltas sobre mí mismo, entra con la sal del agua la nostalgia recordándome una necesidad que se ha estado haciendo presente conforme veo las cicatrices sanas de mi pecho. Comienzo a preguntarme; merodea en mí una necesidad. Mi pregunta se convierte en canción que entono abiertamente para mí tan sólo: ¿Dónde está la luna que me prometieron que vendría a alumbrar mis noches en el mar? Me quedo cantando y, mojado, se va secando en mi interior la pequeña flama que llegó encendida.

Y, sabiendo que la luna, si es que llega, vendrá más tarde, salgo del agua y me recuesto a la orilla del mar para pensar en que no quiero pensar en ello, pero lo pienso. Pienso en las ausencias, y ya no pienso en nombres ni en rostros como respuestas, pienso en una búsqueda como una opción viable para todo, incluso esto.

(Foto por: Inocuo)

Eduardo Perezchica

Comentarios

..ana laura dijo…
porque sera que la luna ha desaparecido?

P.D. Todo hombre es como la Luna: con una cara oscura que a nadie enseña.

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